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Anita cumple sus deseos

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12 june 2017

Anita cumple sus deseos

A los 36 años me separé de mi marido después de un matrimonio de siete años y, afortunadamente sin hijos.

Durante unos meses estuve algo deprimida. Algo porque la separación se veía venir desde hace unos años hasta llegar a un punto en que no nos soportábamos. Sexualmente si bien, en los primeros años las cosas funcionaron muy bien, en los últimos el asunto se convirtió en una rutina con muchos fracasos. Tanto que, al quedar insatisfecha, comencé, de nuevo a masturbarme, aunque esta práctica nunca la deje del todo de lado ya que, desde la adolescencia la practicaba frecuentemente incluso casada.

Ser libre de nuevo significó un giro importante en mi vida. Con un lado muy positivo debido al tiempo libre del cual disponía, porque a nadie debía dar cuenta de lo que hacía o dejaba de hacer, en fin. Pero también hay una parte negativa ya que la mayor parte de mis amigas seguían casadas, con hijos que atender y con poco tiempo. Los pocos amigo que conocían también están todos casados. Por lo tanto debía , muchas veces salir sola y, precisamente ese es uno de los principales inconvenientes: la SOLEDAD. El otro grave inconveniente es la falta de una pareja con la cual tener sexo. Pasado un año de mi separación el tener alguien con el cual follar se convirtió en una verdadera obsesión para mi. La masturbación, mis dedos y mi consolador se convirtieron en pan cotidiano.

El otro inconveniente fue el económico. Con mi trabajo no alcanzaba a cubrir todos mis gastos, especialmente la renta del departamento.

Para solucionarle le propuse a mi hermano, solteron empedernido a sus 33 años, que viviéramos juntos y así nos ahorrábamos la renta de los departamentos.

Después de pensarlo unas semanas accedió.

Es así como desde hace unos tres meses a la fecha (abril del 2003) empezamos a vivir juntos.

Las cosa marcharon desde un comienzo muy bien ya que, por una parte ahorrábamos los dos, pues compartíamos los gastos y por otro lado nos acompañábamos mutuamente.

El único problema pendiente era la falta de una pareja para tener sexo.

Los días pasaban y yo caliente. Mi consuelo, como siempre eran mis casi diarias maturbadas. Pero allí mismo tenía un hombre, bastante agradable, de buen físico, pero es mi hermano.

El caso es que, debido a nuestro diario contacto, el compartir todas las dependencias de su departamento, incluido el baño, el verlo, muchas veces semi desnudo, entrado o saliendo del baño o de su dormitorio, empecé a sentir sensaciones extrañas (o no tanto) por él. Evidentemente yo también andaba por el departamento con vestimentas casuales, incluso muchas veces con mi corto y sensual camisón de dormir. Noté que el me miraba mis piernas, mis caderas y mis pechos.

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Esta situación de vivir con un hombre y tener deseos sexuales influyó para que cada vez más me fijara en mi hermano, no como tal sino como un deseable hombre.

El asunto es que me empecé a masturbar pensando en él. Ello me llevó a andar en una situación de permanente excitación y el tener que masturbarme a diario e incluso, en ciertas ocasiones hasta cuatro veces en un mismo día.

Me imaginaba que nos acostábamos juntos y me penetraba, que nos besábamos. Imaginaba que me forzaba y que yo me entregaba a él de una manera brutal. Que me masturbaba frente a él que se lo mamaba, que acababa en mi boca, que yo lo hacía en su boca.

No sentía ninguna clase de cuestionamiento morales por esta situación. La verdad es que me excitaba más. Creo que por ningún hombre he sentido la excitación que por mi hermano sentía. Sentí que tenía y debía tener sexo con él y tenía que ser pronto.

Para ello empecé a provocarlo. No usaba brasier y me vestía con polos bien ajustadas. Al sentarme frente a él le abría "descuidadamente mis piernas. Él, al parecer sentía lo mimo por mi. Ya que no desaprovechaba la ocasión para mirarme. Pude percibir que también se excitaba mucho.

También después de haberme masturbado con mis calzones puesto, los dejaba en el baño, antes que él entrara, para que los encontrara y, en lo posible los oliera.

Me ofrecí para lavarle su ropa y aproveché para descubrir sus olores de hombre lo cual me excitaba mucho. Obviamente me masturbé con ellos.

Cierto día decidimos salir a cenar y bailar juntos.

Yo me excité mucho con esta oportunidad.

Cenamos, conversamos y, luego fuimos a bailar.

Elegimos bailar música suave y romántica. Cada vez más apretaditos. Sentí su miembro erecto en mi cuerpo. Yo me apegué más a él. Y pronto comenzamos un suave movimiento pélvico. Me decidí y empecé a besarle y morderle suavemente el lóbulo de su oído. Él hizo otro tanto y, de pronto nos besamos en la boca. Nuestras lenguas entablaron una ardiente lucha mientras intercambiábamos saliva.

Nos miramos mientras nuestro movimiento se hacía más frenético. Y con la mirada nos dijimos todo. Si mediar palabra decidimos volver a nuestro departamento. No hablamos tampoco en su auto. NI cuando cerramos detrás nuestro la puerta del departamento. Solo lo hicieron nuestros cuerpos unidos en un caliente abraso. Nuestras lenguas nos dijeron cuanto nos necesitábamos.

No se cómo llegamos a su dormitorio. Febrilmente nos desnudamos. Prácticamente destrozamos nuestras ropas. Me tiró a la cama y su boca y lengua se apoderaron de mis labios vaginales, de mi clítoris, de mis pechos. Ambos gemíamos de deseo. Me penetró violentamente. Yo lo abrase con mis brazos y con mis piernas y nos movimos fieramente hasta explotar, al unísono en una deseado y esperado orgasmo.

Esa noche tuvimos muchos rogamos. Yo más que él. Y nos confesamos nuestros más recónditos deseos.

Me contó cómo me deseaba desde que llegué a vivir con él. Que se masturbaba casi a diario pensando en mí. Qué sí se había masturbado con mis calzones que los había olido.

Sin remordimientos decidimos ser amantes.

Lo hacemos a diario. No solo compartimos el departamento, sino también la cama y nuestras excitaciones.