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Cuentos

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El pescador y su mujer. Había una vez un pescador que vivía con su mujer en una choza, a la orilla del mar.

El pescador y su mujer

El pescador iba todos los días a echar su anzuelo, y le echaba y le echaba sin cesar. Estaba un día sentado junto a su caña en la ribera, con la vista dirigida hacia su límpida agua, cuando de repente vio hundirse el anzuelo y bajar hasta lo más profundo y al sacarle tenía en la punta un barbo muy grande, el cual le dijo: -Te suplico que no me quites la vida; no soy un barbo verdadero, soy un príncipe encantado; ¿de qué te serviría matarme si no puedo serte de mucho regalo? Échame al agua y déjame nadar. -Ciertamente, le dijo el pescador, no tenías necesidad de hablar tanto, pues no haré tampoco otra cosa que dejar nadar a sus anchas a un barbo que sabe hablar. Le echó al agua y el barbo se sumergió en el fondo, dejando tras sí una larga huella de sangre.

El pescador se fue a la choza con su mujer: -Marido mío, le dijo, ¿no has cogido hoy nada? -¿No le has pedido nada para ti? -¡Ah! -¡Ah! -¡Ah! -¡Ah! Madre Nieve (Frau Holle) Cierta viuda tenía dos hijas, una de ellas hermosa y diligente; la otra, fea y perezosa.

Madre Nieve (Frau Holle)

Sin embargo, quería mucho más a esta segunda, porque era verdadera hija suya, y cargaba a la otra todas las faenas del hogar, haciendo de ella la cenicienta de la casa. Barba Azul - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis López Nieves. Érase una vez un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles forrados en finísimo brocado y carrozas todas doradas.

Barba Azul - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Pero desgraciadamente, este hombre tenía la barba azul; esto le daba un aspecto tan feo y terrible que todas las mujeres y las jóvenes le arrancaban. Una vecina suya, dama distinguida, tenía dos hijas hermosísimas. Él le pidió la mano de una de ellas, dejando a su elección cuál querría darle. Ninguna de las dos quería y se lo pasaban una a la otra, pues no podían resignarse a tener un marido con la barba azul. Pero lo que más les disgustaba era que ya se había casado varias veces y nadie sabía qué había pasado con esas mujeres. Barba Azul, para conocerlas, las llevó con su madre y tres o cuatro de sus mejores amigas, y algunos jóvenes de la comarca, a una de sus casas de campo, donde permanecieron ocho días completos. Tan pronto hubieron llegado a la ciudad, quedó arreglada la boda. -¿Por qué hay sangre en esta llave? Moraleja.

Riquet el del Copete - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis López Nieves. Había una vez una reina que dio a luz un hijo tan feo y tan contrahecho que mucho se dudó si tendría forma humana.

Riquet el del Copete - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Un hada, que asistió a su nacimiento, aseguró que el niño no dejaría de tener gracia pues sería muy inteligente, y agregó que en virtud del don que acababa de concederle él podría darle tanta inteligencia como la propia a la persona que más quisiera. Todo esto consoló un poco a la pobre reina que estaba muy afligida por haber echado al mundo un bebé tan feo. Es cierto que este niño, no bien empezó a hablar, decía mil cosas lindas, y había en todos sus actos algo tan espiritual que irradiaba encanto. Olvidaba decir que vino al mundo con un copete de pelo en la cabeza, así es que lo llamaron Riquet-el-del-Copete, pues Riquet era el nombre de familia. Al cabo de siete u ocho años, la reina de un reino vecino dio a luz dos hijas. Pulgarcito - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis López Nieves. Érase una vez un leñador y una leñadora que tenían siete hijos, todos ellos varones.

Pulgarcito - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis López Nieves

El mayor tenía diez años y el menor, sólo siete. Puede ser sorprendente que el leñador haya tenido tantos hijos en tan poco tiempo; pero es que a su esposa le cundía la tarea pues los hacía de dos en dos. Eran muy pobres y sus siete hijos eran una pesada carga ya que ninguno podía aún ganarse la vida. Sufrían además porque el menor era muy delicado y no hablaba palabra alguna, interpretando como estupidez lo que era un rasgo de la bondad de su alma. Hansel y Gretel - Anónimo: Cuentos folclóricos - Ciudad Seva - Luis López Nieves. Hansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel madrastra, muy cerca de un espeso bosque.

Hansel y Gretel - Anónimo: Cuentos folclóricos - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Vivían con muchísima escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro, deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución. Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel madrastra dijo al leñador: -No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga. Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel idea de la malvada mujer. -¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a la suerte de Dios, quizás sean atacados por los animales del bosque? -De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la madrastra y no descansó hasta convencer al débil hombre de llevar adelante el malévolo plan que se había trazado.

El patito feo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves. ¡Qué lindos eran los días de verano!

El patito feo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves

¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo. Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. La Sirenita - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves. En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca.

La Sirenita - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas. La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. -¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!

El príncipe feliz - Oscar Wilde - Ciudad Seva - Luis López Nieves. En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

El príncipe feliz - Oscar Wilde - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada. Por todo lo cual era muy admirada. -Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-. La niña de los fósforos - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves. ¡Qué frío hacía!

La niña de los fósforos - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves

Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. El intrépido soldadito de plomo - Hans Christian Andersen - Ciudad Seva - Luis López Nieves. Éranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues los habían fundido de una misma cuchara vieja. Llevaban el fusil al hombro y miraban de frente; el uniforme era precioso, rojo y azul. La primera palabra que escucharon en cuanto se levantó la tapa de la caja que los contenía fue: «¡Soldados de plomo!».